Una cosa es el chico que se porta mal cuando el padre o la madre le dicen que se porte bien. Otra muy distinta es cuando lo hace porque nadie le dice que se está portando mal. En este caso, ¿de quién es la culpa, del chico o de los padres?
Algo similar ocurre hoy con la mayor escuela de fraude que tienen los chicos, aprendido justamente en la escuela: copiarse en las pruebas y en los exámenes. Es aquí donde aprenden que no es algo intrínsecamente malo (una estafa), sino que es un juego de ingenio donde lo que está mal es que lo atrapen, no que haga trampa. Tan aceptada es esta práctica, que no hay ningún esfuerzo de parte de las autoridades educativas de ningún nivel para erradicarla.
Tal vez la razón se encuentre en la segunda parte del título: Dejar copiar. Porque muchas veces (demasiadas) los maestros y profesores (incluyendo los universitarios, de instituciones estatales y privadas) dejan copiar no porque los alumnos los hayan superado en el juego de ingenio, sino porque les conviene mostrar un nivel de aprendizaje superior al real. Esta estafa, hecha por quienes tienen el deber de enseñar las mejores conductas morales, es de una seriedad aún mayor que la anterior.
Seriamente, ¿podemos esperar que quienes han estafado reiteradamente en sus pruebas de conocimiento, tanto desde el lado del alumno como del maestro o profesor, puedan tener otra conducta distinta cuando ocupen cargos públicos?
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